No te veré morir
El regreso
Lo primero que quiero hacer es justificar el encabezamiento. La lectura de No te veré morir ha supuesto para mí el reencuentro con un autor, Antonio Muñoz Molina, que hace muchos años me cautivó con obras como El jinete Polaco (1991, Premio Planeta), El invierno en Lisboa (1987) o Plenilunio (1997). Después, unas frías y desconcertantes Ventanas de Manhattan (2004) defenestraron mi admiración por él. El viento de la luna (2006) y La noche de los tiempos (2009) no lograron rehabilitarlo a mis ojos. Pero como la fe es caprichosa, a pesar de haberla perdido, creía que sin remedio, algo me dijo cuando supe de la publicación de esta novela en septiembre de 2023 que todo podía ser como antes, así que con ciertas prevenciones y dudas adquirí una (no sé como definirlo todavía) versión electrónica de la misma para su lectura y posterior reseña. Me ha costado dar el paso, pero la acuciante falta de espacio sumada a mi negativa a deshacerme de ninguno de mis libros me ha llevado a aceptar que también se puede leer en formato electrónico sin traicionar demasiados principios. A pesar de lo dicho no renuncio al libro físico, pero lo limitaré a ediciones concretas y bien seleccionadas, como las que por ejemplo espero este 2024 conmemorativo de la muerte de Kafka.
Del mismo modo que no te he visto vivir
No me he resistido a titular este apartado así porque me parece que podía ser un subtitulo perfecto para esta novela. una historia en la que el autor se muestra como un descriptor de las emociones humanas como pocos. Tanto es así que en alguna de sus obras, como la que nos ocupa, me atrevería a colocarlo al lado de Javier Marías en el pedestal en que tengo a este. La distancia, la memoria, el olvido pretendido y nunca alcanzado por completo, el deseo, el dolor, el deber y la culpa impregnan esta novela, literalmente, de la primera a la última palabra. La distancia en el espacio y en el tiempo, un océano de agua el primero y de cincuenta años el segundo y dos vidas, la de Gabriel Aristu, que responde al milímetro al patrón norteamericano y otra, la de Adriana Zuber que, por desgracia para ella, lo hace al modelo marital español de la época, incluida una figura jurídica de disolución matrimonial que solo se reconoce en la actualidad en la legislación de algunos países musulmanes de inspiración islamista, sobre el que invito al lector a investigar al respecto, son los dos pilares maestros sobre los que se asienta el edificio narrativo de No te veré morir. A pesar de recaer en el protagonista masculino de la novela el peso narrativo de la misma en mayor medida que en Adriana Zuber, no deja de ser esta, en mi opinión, quien impregna la novela de una especie de herida de dolor resignado a medias que no ha dejado de supurar durante cincuenta años. Es cierto que el autor trata de explicar, que no justificar, el comportamiento de Gabriel, pero en mi caso al menos, lo único que consigue es despertar cierta condescendencia que en modo alguno le absuelve en ese particular tribunal en el que, como él, yo también soy juez y parte.
Escuadra y cartabón
Compone Muñoz Molina una magnífica obra, de la literatura y del alma humana. Dicho así puede parecer exagerado, pero analizando con un poco de detenimiento algunos elementos básicos, creo que la afirmación no es gratuita. Los elementos a los que aludo no son en absoluto rebuscados ni para nada originales; una historia de amor donde una parte ama más que la otra, una separación espacio temporal con vocación, al menos para una de ellas, de impermanencia, un olvido que no se alcanza, un dolor que no cesa y un reencuentro. Con estos ingrediente el autor logra, con una prosa precisa y preciosa una tupida red de sentimientos, emociones y descripciones que, a diferencia de otros autores y otras obras, deja muy poco margen a la imaginación y a la creatividad del lector. Creo que consigue hacer que quien abre por primera vez el libro, la pantalla en mi caso, vea la misma imagen con el mismo encuadre, la misma luz y el mismo ángulo que él imaginó al redactarla, de ahí el encabezado de escuadra y cartabón. A mi entender solo hay un modo de conseguir esto; encontrar las palabras exactas (únicas) y el orden correcto (también único) que consiguen que lo narrado se convierta en una imagen singular, sin margen a la interpretación. Una imagen que en este caso vale tanto, que no más, que las palabras empleadas en crearla, pues se corresponden a la misma entidad construida con idénticos materiales.
Conclusiones
La primera conclusión a la que llego tras la lectura de No te veré morir es que estamos ante una obra mayor a pesar de tratarse de una novela que no alcanza las doscientas páginas. Hay obras que justifican mil páginas y otras que no necesitan extenderse ni una palabra más allá de su extensión original. Es el caso de esta novela con la que, de nuevo en mi particular opinión, vuelve el mejor Antonio Muñoz Molina concentrando en ella su prosa más pura. Hipnótica por momentos, encadena palabras, frases y párrafos de cuya lectura se deriva un placer tan asombroso como su profundidad y belleza, lo cual resulta de una dificultad superlativa. Queda rehabilitado en mi biblioteca tras muchos años de ostracismo. Una buen noticia, sobre todo para mí.
Próximamente
Vamos con este autor británico del que todavía no he leído nada, pero de quien he leído bastante. No hay otro motivo para reseñarle que ese; mi desconocimiento de su obra y la curiosidad por confirmar o desmentir lo que de él se ha escrito. Así que dicho esto, nos vemos en Lecciones.