Siento comenzar la reseña de Montevideo (Enrique Vila-Matas), con una crítica. Una crítica menor pero no por eso menos importante, en mi opinión. Me refiero a la portada. En primer lugar no me gusta estéticamente. La imagen corresponde al cuadro Cuatro habitaciones, de Vilhelm Hammershoi (1914). No sé si la ha elegido el autor (no creo), aunque está claro que no se ha opuesto, o si por el contrario es elección de la editorial. En cualquier caso, no me gusta. Hasta aquí es una simple opinión con el único aval del gusto particular. En segundo lugar me parece que una vez leída la novela, digerida y procesada, dicha portada no transmite lo que el lector se va a encontrar dentro de la misma. Es cierto que las puertas tienen peso en la novela, mucho de hecho, pero es su simbolismo en el desarrollo de la misma lo que se lo otorga, no la sustantividad de las mismas como punto de paso o acceso, que es lo que me sugiere la elección de la imagen para esta primera edición. Las puertas de la novela dan acceso a mucho más que a otras estancias, eso en los casos en que se abren. De todos modos no deja de ser, como en el aspecto estético, una opinión, pero en este caso, espero no caer en la petulancia, con el aval de una lectura sosegada y atenta. En cualquier caso no deja de ser una portada, palabra cuyo origen etimológico encontramos en porta, que en este caso sí da paso a lo que nos ocupa que no es otra cosa que la última novela de Enrique Vila-Matas.
¿Por qué Montevideo?
En una novela cuya división no está estructurada en capítulos numerados sino en ciudades, la elección de una de ellas para titularla no es aleatoria. En primer lugar quiero señalar que el capítulo de Montevideo ocupa, de manera casi exacta, las cincuenta y cinco páginas centrales de la novela, lo que a mi entender ya le otorga un papel preponderante en la misma. Esto no dejaría de ser un dato más o menos interesante si no viniese acompañado, en mi opinión, de otro de mayor calado y contenido literario. Es en un hotel de Montevideo, el Hotel Cervantes, donde el narrador y protagonista comienza su transformación, incluso antes de que él mismo sea consciente de ello.
El momento vital
Enrique Vila-Matas sufrió años atrás, en 2006 concretamente, lo que él ha venido llamando durante todos estos años, un colapso renal. Una insuficiencia renal que apunto estuvo de costarle la vida y preludio del trasplante de riñón al que fue sometido en diciembre del año pasado, siendo su esposa Paula la donante. Cobra esto importancia por cuanto él mismo reconoce que el manuscrito de Montevideo estaba terminado días antes de la citada intervención, sufriendo una profunda revisión tras el mismo. No en vano la palabra elevarse, así en cursiva, aparece varias veces en la novela atribuyendo al narrador la búsqueda de su renacimiento como escritor y la necesidad de encontrar su estilo para poder volver a escribir, que sin mucho esfuerzo nos puede remitir, al menos a mí me remite, a la necesidad del autor de volver a la vida anterior a la intervención. Montevideo es, además, la primera novela del autor tras tres años de ausencia en las librerías, que curiosamente son los mismos que el narrador confiesa haber estado sin escribir tras el fragmento de París.
Entrando en materia
La presente reseña corresponde a la edición de Seix-Barral de la novela titulada Montevideo de Enrique Vila-Matas. Una correcta edición en tapa blanda de 300 páginas que ha visto la luz el 31 de agosto de 2022, con el nada desdeñable detalle de hacerlo con un tamaño de letra apto para alguien de mi edad. Vamos, de letra grande.
Empezando por el principio
La novela comienza situando al narrador en París en febrero de 1974, con la intención de convertirse en un escritor estilo «generación perdida» de los años veinte. Casi de manera simultánea, una tarde paseando por el Pont Neuf, decide mandarlo todo al diablo y dedicarse a cultivar el París más canalla, revolucionario y callejero. Se convierte así en un escritor que no escribe y a quien comienzan a pasarle cosas dignas de ser contadas.
De Cascais a Montevideo
De Cascais a Montevideo o historias de cuartos y puertas que niegan lo que esconden pero esconden algo muy cercano a la verdad. De la paranoia de Cascais al surrealismo más cortazariano, perdón por la expresión, del cuarto 205 del Hotel Cervantes, donde el maestro argentino escribió su cuento La puerta condenada, el protagonista comienza a vivir situaciones en las que, como en el citado cuento, la realidad y la ficción no siempre se pueden separar, porque tal vez, de hacerlo ninguna de las dos tuviese sentido, y de tenerlo, es posible que de lo que carecieran fuera de interés.
Bogotá
El infierno en la tierra. En palabras textuales del narrador:
«Porque el panorama de aquella Bogotá infernal, aunque uno lograra distanciarse y lo tomara como una broma pesada, era de disparo en la cabeza, de suicidio directo»
Si en alguna ocasión la existencia del infierno ha estado justificada, esta novela es sin duda una de ellas.
París
Sí, la fotografía está justificada. He insertado la menos horrorosa que he encontrado del Centro Pompidou porque en él concluye la búsqueda de nuestro protagonista y narrador enfrentado a su yo más profundo, a su(s) infierno(s) y donde encuentra el soplo de Cuadrelli, ese golpe de aire inspirado que siempre procede del interior de uno y es precisamente ahí donde reside su mayor misterio. Realidad y ficción. Otra habitación, en esta ocasión única desde la que elevarse y alzarse de nuevo. Cerraduras que no ceden al juego al que las llaves acostumbran a jugar y puertas que no obedecen a su naturaleza aperturista. Solo obedecen una ley. Una muy alejada de la que les es connatural y que el narrador y protagonista debe descubrir para seguir primero en el juego y después para tratar de ganarlo. París como comienzo y final del camino. Bonito pero tópico, me temo.
¿Por qué merece la pena leer Montevideo?
En mi caso el primer motivo ha sido la curiosidad por leer algo del autor. Al coincidir en el espacio-tiempo mi deseo con el lanzamiento de su última novela, no he querido dejar pasar la oportunidad de reseñar al mismo tiempo una novedad editorial, algo de lo que también tenía ganas. Una vez satisfecha dicha curiosidad, pasaré ahora a comentar algunos aspectos que me han llamado la atención de esta novela.
Estructura
Sin presentar una estructura rompedora, sí que de alguna manera evita la linealidad absoluta como vehículo de su desarrollo. Esto a mí juicio favorece el ritmo pausado de la narración, reforzado a su vez por la compartimentación en las diferentes ciudades en las que el autor divide la novela, logrando así, en mi opinión, dar con el tempo más adecuado a lo narrado.
Lenguaje
He de reconocer que me esperaba, recuérdese que hasta Montevideo no había leído nada del autor, un lenguaje más ampuloso, de mayor filigrana y retórica. Me ha sorprendido un lenguaje casi siempre contemporáneo y cercano al que hablamos y escribimos, podríamos decir, el común de los mortales.
El juego
Aunque es cierto que no abusa de ello, el juego entre ficción y realidad aromatiza más que impregna la novela. Algunos pasajes pertenecen sin complejos al mundo de lo fantástico, mientras que otros quedan sobre la delgada línea que separa este mundo de todos los demás.
Referencias, coincidencias y parecidos
Llegamos aquí al apartado en el que revelaré lo que más me ha sorprendido, por inesperado, en esta novela. Mi anterior reseña en el blog viene referida a la novela Negra espalda del tiempo, de Javier Marías. Fue publicada pocos días antes del fallecimiento del autor. Pues bien, resulta que en Montevideo podemos encontrar la misma descripción de la muerte en París del escritor Ödön von Horváth mientras espera a su amigo el 1 de enero de 1938. Casi palabra por palabra (no hablo de plagio, ¿tal vez homenaje?). Por otro lado también encontramos varias referencias al Tristram Shandy de Laurence Sterne, obra traducida por Javier Marías con notable repercusión. Para terminar con las referencias marianas, solo diré que la frase: «…ya desde el instante en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo», al hilo de la no ficción como algo imposible en la literatura, me devolvió por un momento a la referida novela y a su fallecido autor. Así que sí, hay bastante de Javier Marías en Vila-Matas, al menos en esta novela.
Inciso aparte merece Julio Cortázar, cuyas referencias directas o indirectas a sus obras son constantes, bien a través del narrador, bien a través de algunos de sus interlocutores. Autor del cuento La puerta condenada, que obsesiona al narrador, a medida que la novela se dirige a su desenlace su presencia se va intensificando hasta ejercer de faro en algunos momentos. Como anécdota añadir que el narrador protagonista, a pesar de su obsesión con el citado cuento, es poco conocedor de la obra del autor argentino, lo cual da lugar a una pequeña anécdota con alguien que sí lo es, sin demasiada importancia salvo para su ego.
Próximamente
Tanta referencia a Cortázar me ha terminado por afectar. Uno no es de piedra. Me gustan los cuentos del autor, pero reconozco que enfrentarme a Rayuela es algo que tengo en mente desde hace mucho tiempo y no me he atrevido a encarar. Es una especie de gran tiburón blanco al que siempre he temido salir a cazar. Ulises, de James Joyce es el otro. ¿Quién sabe? Tal vez algún día oiga la señal, tenga la iluminación o viva la epifanía que me diga que ha llegado el momento. De algún modo así ha ocurrido con Rayuela. En este caso ha sido Montevideo con su impregnación cortazariana la que me ha llevado hasta ella. Espero no equivocarme y si lo hago, compareceré para publicar mi fracaso y pasar a otra cosa. Dicho lo cual, nos vemos en territorio Cortázar y su Rayuela.