Lecciones

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Literatura y otros demonios

Lecciones

Lecciones. Editorial Anagrama (2023). Con más retraso del que me gustaría llega la reseña de esta novela del británico Ian McEwan. La última de una larga serie que dio comienzo con El jardín de cemento, publicada en España por la editorial Tusquets en 1982. Desde entonces, nos ha regalado títulos como Niños en el tiempo (1987), Amsterdam (1998), Expiación (2001) o La ley del menor (2014). Todas ellas, en mi opinión, tienen una característica en común: el escrutinio del alma humana, algo que este autor hace con maestría. Lecciones no podía ser diferente. Cambia el escenario, cambia el marco temporal, cambian los personajes, pero hay algo que se mantiene invariable: la constante búsqueda por parte del autor de los límites del alma humana. No necesita para lograrlo grandes epopeyas ni grandilocuentes melodramas, le bastan para ello pequeñas historias de la vida cotidiana. De la mía, de la suya o de la de cualquier lector. En Lecciones, de nuevo, lo logra con creces.

Primeras lecciones

A pesar de un comienzo ciertamente inquietante, desde las primeras páginas el autor convence con facilidad al lector de que el protagonista es uno de los suyos.  Entiéndase por uno de los suyos a cualquier hombre o mujer con los que cada día nos cruzamos en el ascensor, en las escaleras o en la cola de la caja del supermercado. O nosotros mismos, recién levantados, frente al espejo cada mañana. Gente normal y corriente a la que le pasan, en ocasiones, cosas ni tan normales ni tan corrientes. Como punto de partida es más que suficiente para sumergirte en una corriente, unas veces más caudalosas, otras menos, junto a Roland Baines y sus avatares vitales. Por momentos su prosa me ha recordado mucho a la del mejor Muñoz Molina, donde todo ocurre con naturalidad aunque su esencia no lo sea. Propone un viaje interesante en el espacio, en el tiempo y dentro del propio Roland. No defrauda.

El objetivo

El objetivo del autor consiste en hacer sentir al lector, en cada momento de la vida del protagonista, lo que este mismo siente. Lo logra, casi siempre. En muchas ocasiones, en mi opinión sobra alguna, las prolepsis y analepsis se suceden para darle al relato ritmo y continuidad emocional. Como es de suponer, Ian McEwan domina la técnica a la perfección, pero, insisto, en mi opinión peca por exceso en algunos pasajes de la novela. Los personajes están bien trabajados, aunque echo de menos en uno de ellos un poco más de profundidad. No es un personaje protagonista sobre el que recaiga el hilo discursivo de la novela, pero su influencia en la historia es demasiado importante como para dibujarlo con trazos demasiado gruesos y difusos. El ritmo es ágil, importante en una novela de casi seiscientas páginas y los diálogos creíbles y claros.

La letra pequeña de las lecciones

La letra pequeña, la intrahistoria, lo que se lee entre líneas o las tripas de la novela. Lecciones hace gala a su título porque es una novela de aprendizaje, desde el primer pasaje al último. El devenir vital de Roland Baines desde su infancia a la vejez, salpimentado con todos los avatares que la vida puede deparar a un británico, laborista de corazón, que ve cómo (casi) todos los valores sobre los que se sustentaban sus ideales, son traicionados. Jalona con habilidad el autor el recorrido vital de Roland con diversos acontecimientos históricos. Intercalados como hitos kilométricos acompañan el devenir del protagonista, en ocasiones, como divertidas metáforas. La nacionalización del Canal de Suez, la guerra de las Malvinas, Chernóbil, el bombardeo norteamericano sobre Libia tratando de acabar con Gadafi y la crisis de los misiles de Cuba son algunos de ellos, con la caída del Muro de Berlín como estrella invitada. Por otro lado, una manera efectiva de poner al protagonista en contexto histórico. Lecciones también es la historia de la derrota, del abuso infantil, del abandono marital y la frustración profesional. En definitiva; de las lecciones no aprendidas, las asignaturas suspendidas y la aleatoriedad de la vida.

«A Roland, desde el umbral, todo le parecía impuesto al azar, como si desde un lugar olvidado lo hubieran descolgado a estas circunstancias, a una vida abandonada por otro, sin que nada hubiera sido escogido por él mismo».

Cierro la reseña con esta cita literal porque creo que da fiel testimonio de la esencia última de la novela, el escaso control que el ser humano tiene sobre aspectos fundamentales de su existencia. En el caso de Roland Baines, tal vez sea un tanto excesivo y la sucesión de acontecimientos que escapan a su control y determinan su vida se manifiesten de una manera tan superlativa que cueste creer que todos puedan concurrir en una misma persona. Casos excepcionales como esta novela, pero que como las meigas en Galicia, habelas, hainas.

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