
Cuando alguien decide callar, no suele ser porque ya no tenga nada que decir. De ser así, no sería una decisión, sino una consecuencia. Ayer decidí callar a mi manera eliminando todas las cuentas en redes sociales. No he recibido amenazas, ni insultos, ni nada de todo eso que tanto abunda por las redes. Es otra cosa.
Tengo la impresión, aunque en el fondo es mucho más que una impresión, de que la libre expresión de ideas, pensamientos, reflexiones, puntos de vista u opiniones sobre casi cualquier cosa, está condenada a la hoguera. Una hoguera imaginaria, de momento, pero cuyo calorcito no puedo dejar de presentir. Mientras escribía el borrador, me ha venido a la cabeza una canción de Joaquín Sabina de 1984 titulada Telespañolito. Una de las estrofas dice: «telespañolito que ves la tele, te guarde Dios, uno de los dos canales ha de helarte el corazón».
A mí, más que helarme el corazón, me lo incinera. La constante y creciente polarización de la sociedad conlleva, de manera inevitable, a la autocensura. Estoy harto de explicarme, de escuchar cosas como: «es que, claro, si dices eso, parece que…» Estoy harto de los dos canales, de los dos bandos y de las dos españas. Harto de ver cómo gente inteligente se deja llevar mansamente a cualquiera de los dos, no sé si por no molestar, por no molestarse, por miedo o por comodidad.
Me aterra ver cómo el ciudadano de a pie, a imitación de la clase política, rehúye el debate intelectual, el debate de ideas y se refugia, de nuevo, como la clase política, en el eslogan, el chascarrillo, cuando no en el insulto puro y duro. Realmente, las instituciones políticas han hecho un trabajo, desde 1978, magnífico. Han creado la sociedad ideal. Aquella en la que cada uno cree que piensa y actúa libremente cuando, en realidad, está replicando a sus representantes políticos (a los que ha votado, claro).
A riesgo de parecer prepotente, he de decir que a este país le sobra barra de bar, gimnasio, peluquerías y descansillos entre pisos, clásicos lugares de expresión de magníficas y sesudas ideas y le faltan lecturas, cultura, educación y ganas de pensar por uno mismo. En ocasiones tengo la sensación de que estamos pidiendo una dictadura a gritos, en la que una mayoría, estoy seguro, viviría más cómoda y tranquila una vez suprimida la incomodidad de poder pensar por uno mismo. La historia de España está plagada de ejemplos que, como es lógico, el común de los ciudadanos ignora, por decisión propia, de dictaduras disfrazadas de democracia (desde las Cortes de Cádiz hasta la CE 1978) con pequeños períodos de democracia plena (1931-1936 y 1978-hoy). La clase política de cualquier período ha tenido siempre los mismos intereses: ejercer el poder con la mayor comodidad posible. Lo que llamamos pueblo ha cambiado, y mucho. De mayoritariamente rural y analfabeto a urbano y letrado. Lo que no ha cambiado es su actitud hacia el poder, y si lo ha hecho ha sido a peor. Dudo mucho que los españoles de hoy nos enfrentáramos al invasor francés o nos sumáramos a la revolución de 1868. A fin de cuentas, mal que bien, todos vamos comiendo a diario.