
Nos estamos acostumbrando y eso no es bueno. No es bueno porque después de la costumbre viene la adaptación, y tras esta, el abandono a la molicie de lo que consideramos inevitable o inherente a algo, en este caso la política. En ese punto nos encontramos en este momento en España. Entregados a la aceptación sumisa de la corrupción como forma de gobierno y de vida. Carcomidos los cimientos del Partido Popular de Mariano Rajoy por la corrupción, lo surgido tras su colapso hace que aquella, la corrupción que acabó con su gobierno, parezca casi cosa de niños. A ese nivel ha llevado este gobierno con Pedro Sánchez a la cabeza, rodeado de fieles escuderos, la corrupción. Las corrupciones.
Nos hemos acostumbrado al escándalo de un presidente, Pedro Sánchez, cuya esposa y hermano están imputados por tráfico de influencias. En ambos casos, los jueces son los malos. Nos hemos acostumbrado a que un exministro coloque a meretrices en empresas públicas (no confundir con Administración Pública, donde normalmente hay que aprobar una oposición) con sueldos públicos y trabajos inexistentes. Las empresas públicas son chiringuitos dirigidos por amigos del gobierno de turno que a su vez contratan a dedo a sus propios amigos. Ejemplos son Tragsa y REE; a esta última deberían añadirle la A de apagones nunca explicados. Aquí, además de los jueces, la UCO también es muy mala. Malísima.
Nos hemos acostumbrado a un fiscal general del Estado, imputado durante meses y ahora procesado formalmente. A eso también nos acostumbraremos. No hay antecedentes en el mundo democrático de que la máxima autoridad del órgano encargado de velar por el interés general, se haya encontrado jamás en esta situación. La explicación es sencilla. Él protege a Pedro Sánchez desde la fiscalía, y Pedro Sánchez le protege a él desde La Moncloa. Los jueces, en este caso del Tribunal supremo, también son muy malos. Tal vez en los países donde Zapatero hace lobby, las cosas son distintas. Pero este siniestro personaje que dejó el país al borde del rescate económico, merece entrada propia.
Nos estamos acostumbrando a un personaje como Leire Díez (aunque bien podría ser Pedro Sánchez con peluca) amenazando de muerte a mandos policiales y colaboradores con la justicia y, al mismo tiempo, prometiendo «apaños» legales de todo tipo. Se ha popularizado llamarla fontanera, pero es ofender a toda una profesión. Lo suyo es la mierda, pura y simple mierda, tan maloliente como los intereses de quienes representa. Ahora el ínclito ministro del Interior le ha puesto escolta. Este individuo también merece entrada propia. Como la UCO es mala, malísima, hay que ir a por ella.
También nos estamos acostumbrando a que el presidente de la Diputación de Badajoz, renuncie al cargo para acceder al parlamento autonómico extremeño y ser juzgado, llegado el caso, por el TSJEx, si el proceso por crear una plaza ad hoc para el hermano de Pedro Sánchez, sigue adelante. Para ello ha tenido que renunciar un diputado electo y los cuatro que le seguían en la lista de las últimas elecciones. Todo tan normal. Una especie de alzamiento de bienes jurídicos en toda regla.
Y como esta situación, lejos de revertirse, se consolida día a día, pues la penúltima parece ser que a Santos Cerdán, actual número tres del PSOE y fiel escudero de Pedro Sánchez, también le ha pillado el carrito de la corrupción en forma de mordidas por concesiones de obras públicas (este es un clásico). Un no parar, vamos.
Si a este rosario de corruptelas y actitudes mafiosas le sumamos un indulto negado hasta la saciedad, una amnistía negada hasta la náusea, un cupo catalán de tapadillo que pagaremos entre todos, la toma al asalto del Tribunal Constitucional, las maniobras para colocar jueces afines, ya no en las altas esferas, sino en puestos de base de la carrera judicial, el abandono a su suerte de unidades administrativas que funcionaban, ochenta subidas de impuestos destinadas a pagar sus facturas parlamentarias, una ministra portavoz que provoca ganas de vomitar cada vez que abre la boca, un ministro de la presidencia con aspecto de haber salido de los Teletubbies y una sonrisa entre la estupidez y el delirio psicótico, el panorama se antoja insoportable. Por supuesto, después de todo esto, ni una sola dimisión, porque, claro, los malos son los otros; los jueces, la prensa, la UCO, los funcionarios no sumisos, los ciudadanos críticos y todo aquel que no se pliegue a la dictadura, (cada vez menos) encubierta, de Pedro Sánchez.