La conjura contra América
La presente reseña de La conjura contra América de Philip Roth llega tras casi seis meses de ausencia en el blog en forma de reseñas, que no de actividad lectora. La causa es sencilla, ninguna de las lecturas llevadas a cabo en estos meses me ha convencido lo suficiente como para traerla hasta aquí. No voy a dar títulos, algunos muy conocidos, otros apenas, porque no se trata de un blog de crítica literaria sino de reseñas, y solo voy a reseñar aquello que me parezca merecedor de ello, bien sea por su originalidad, calidad o estilo. Todo ello visto, por supuesto, a través del filtro de la lente de mi subjetividad.
Un escritor americano. ¿Otro escritor americano?
Aunque puede parecer un encabezamiento raro a simple vista y tal vez lo sea, he decir que me ha parecido oportuno dada la coincidencia en el espacio-tiempo literario de algunos grandes autores de esta nacionalidad, a mi juicio ninguneados por la comunidad académica desde hace muchos años. Cierto es que sobre autores norteamericanos han recaído premios, menciones y honores variados, pero también lo es que a pesar de la masiva producción y, en mi opinión, de la más que acreditada calidad de la obra de autores como Bukowski, Kerouac, Dos passos e incluso Salinger, por citar solo unos pocos, se hayan ido todos ellos de este mundo sin obtener el reconocimiento que merecen. Y por supuesto, Philip Roth, el último de ellos en abandonarnos sin su merecido Nobel. Mención aparte merece el recibido en 2016 por Bob Dylan, acontecimiento sobre el que me voy a reservar la opinión.
Pero volviendo a lo que nos ocupa, que no es otra cosa que Philip Roth y su novela La conjura contra América, comenzaré por decir que se sale de lo que podríamos llamar su literatura habitual para entrar de golpe y sin llamar a la puerta, en la ucronía. Esto hace que esta novela se separe del resto de la obra principal del autor, razón por la cual evitaré ponerla en relación con ella como tengo por costumbre y gusto. Lo hace con la normalidad, con la candidez y con la inocencia de los ojos de su yo de nueve años, a través de los que vive, narra, sufre y, en pocas ocasiones, disfruta de una vida que ve puesta patas arriba cuando en 1940, no es Roosevelt el ganador de las elecciones presidenciales sino su rival, momento en el que comienza la ucronía.
Entrando en materia
Las dos imágenes que preceden al texto corresponden como sus pies de fotografía indican, a dos lugares separados en el tiempo por 29 años. Son los que transcurren entre 1911, cuando la inmigración por tierra alcanza su máximo apogeo en la zona y 1940, momento en el que el pequeño Phil, protagonista de la novela ha perdido todo lo que puede perder un niño. Su infancia, su inocencia, su libertad y su futuro. La estación de Pensilvania, colector de miles y miles de hombres y mujeres en busca de una oportunidad y el parque Newark, en mi imaginación de lector, símbolo de la derrota de una sociedad, símbolo de lo que puede ocurrir en un país en un abrir y cerrar de ojos. Un breve parpadeo de la historia como el que separa el día de las elecciones del día después. Ese día donde las palabras dejan de serlo para convertirse en realidad, en la realidad de la familia Roth y de una sociedad norteamericana vista a través de los ojos de nueve años del protagonista, el pequeño Phil. Asiste atónito al desmoronamiento paulatino de todas las certezas adquiridas durante su corta vida y sobre todo a la descomposición de su familia. Su familia, dique indestructible que le mantiene a salvo de cuanto peligro pueda acecharle y que como la sociedad, comienza a desmoronarse. A salvo de todo ello, Bess, la abnegada madre que trata de mantener el barco a flote en mitad de la tormenta.
El abnegado y obstinado padre, cuyas convicciones y amor por Roosevelt le impiden ver la realidad hasta más allá de lo razonable, el traidor Sandy, hijo mayor y vergüenza familiar al abrazar el mal disimulado intento del gobierno de diluir a los judíos en la sociedad americana, el rebelde sobrino Alvin, acogido en su casa y foco de enfrentamientos, Evelyn, hermana de Bess y amante de un rabino abducido por las ideas gubernamentales y el pequeño Phil, narrador y anonadado espectador de algo que no entiende, La conjura contra América, conforman el collage que sirve de hilo conductor a la novela.
Una novela en la que Philip Roth consigue despistar, al menos a mí, a través del delicado hilado literario en el que envuelve la historia, el verdadero significado de la conjura contra América. ¿Quién conjura contra américa? ¿Qué es realmente la conjura conta América? Contenido y continente que se entrelazan entre sí hasta parecer uno solo bajo la fina pluma del autor. Solo muy avanzada la novela se desvelan claramente las respuestas, salvo que el futuro lector sea más perspicaz que yo, que lo será, y lo descubra mucho antes. En cualquier caso el disfrute está asegurado.
¿Por qué es buena idea leer "La conjura contra América"?
En primer lugar quiero decir que presentar una ucronía, mil veces confundida con distopía, en estos tiempos que vivimos, que tanto nos recuerdan a una, no es buena tarjeta de presentación. Pues bien, esa es la primera razón o motivo por lo que leer la novela es una buena idea. No es una sociedad futura cuyas características alienan al ser humano. Es una historia en la que solo cambia una cosa, una sola respecto de lo ocurrido hasta noviembre de 1940. El resto es obra de la mente del autor, a través de la cual se llega a un escenario perfectamente posible en el que personajes reales, de ideología marcadamente germanófila, ocupan papeles que por fortuna no ocuparon en la vida real.
Otro buen motivo para perder (ganar más bien) parte de nuestro tiempo en su lectura, es el mero placer de leer a un autor de los que yo considero mágico, sin tener nada que ver con el llamado realismo mágico. Cómo construye sus personajes, los dota de vida, maneja sus emociones, sus miedos, sus anhelos y ambiciones, lleva al lector, en este caso a mí, a seguir leyendo cuando ya hace tiempo que ha decidido dejar de hacerlo.
En tercer lugar, más allá del antedicho placer, la historia en sí, la posibilidad de que un país moderno caiga democráticamente en manos de un gobierno de corte fascistoide, como de hecho ya ha ocurrido en la historia, es realmente espeluznante. Ocurrió en Alemania en 1933 cuando Hitler alcanza el poder en las urnas, tras años, eso sí, de socavar la democracia ante la indolencia del resto de fuerzas políticas. ¿Por qué no puede ocurrir en Estados Unidos? Populismos, fanatismos, fascismo y todas las mentiras puestas a su servicio pueden hacerlo posible. Donald Trump ya ha gobernado cuatro años y tras perder la reelección amenaza con volver a presentarse. La alarmas deberían saltar más pronto que tarde.
En último lugar y no por eso menos importante, creo que una buena razón para su lectura es la obligada reflexión a la que nos ha de llevar. Las democracias no son imperecederas por definición. Hay que defenderlas y solo nosotros, los ciudadanos que tenemos el privilegio de vivir en sociedades libres, al menos de momento, podemos hacerlo. De no ser así, todos los lamentos posteriores solo serán lágrimas en el desierto. Ejemplos de ello hay de sobra en la historia. Para finalizar la entrada, os dejo el primer párrafo de la novela.
«El temor gobierna estas memorias, un terror perpetuo. Por supuesto, no hay infancia sin terrores, pero me pregunto si no habría sido yo un niño menos asustado de no haber tenido a Lindbergh por presidente o de no haber sido vástago de judíos»