Mucha DANA y poca vergüenza

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Literatura y otros demonios

Mucha DANA y poca vergüenza

Mucha DANA y poca vergüenza

Pensaba esperar unos días antes de publicar una entrada sobre la tragedia que asola Valencia desde el pasado día 29 de octubre. Esperar a que el balance de daños personales y materiales fuese más o menos definitivo y poder hacer, así, una valoración lo más fiel posible a la realidad, siempre bajo el punto de vista subjetivo de quien escribe, como es lógico. Sin embargo, ayer decidí que había llegado el momento. La visita de los Reyes, del Presidente del Gobierno y del Presidente de la Comunidad Valenciana a algunas de las zonas más afectadas, me llevó a ello. El título, Mucha DANA y poca vergüenza, lo tenía decidido desde el principio.

La historia es larga, dura y merece un trato lo más riguroso posible. Por ello quisiera comenzar por hablar de la AEMET, la Agencia Estatal de Meteorología. Mucho se ha hablado al respecto de ella y de su actuación durante la gestación y parto de la DANA. Como siempre, desde hace tiempo en este país, en función de la alineación ideológica del medio en cuestión, la información varía como de la noche al día. Para no hacerme eterno, diré que he buscado la información en la propia fuente, en los días previos y en el propio día 29, y la conclusión a la que llego es que la información facilitada por la agencia era suficiente para que por parte del gobierno valenciano se hubiesen adoptado medidas que no se adoptaron. ¿Por qué? Existe un plan territorial de emergencias para ello. ¿Por qué no se aplicó?

Nada se hizo como pudo hacerse y sucedió lo que sucedió. ¿Podría haberse evitado? No. ¿Podrían haberse minimizado los daños? Sí. Motivo más que suficiente para que rueden cabezas, que no rodarán, en el gobierno de la comunidad. Vayamos con la gestión de la tragedia consumada. Tras la supina incompetencia autonómica, llega la actuación estelar del gobierno de España. Único competente legalmente y con capacidad material para implementar las ayudas paliativas necesarias para aliviar un daño que desde el minuto uno se sabía de dimensiones históricas. ¿Qué ha hecho el gobierno al respecto? Lo primero, lo de siempre, decir que estaba haciendo cuando no estaba haciendo nada. En segundo lugar, rechazar ayuda exterior: Francia, El Salvador… Luego, comenzó a enviar efectivos del ejército, pero con cuentagotas, no vaya a ser que terminen pronto con el sufrimiento de las víctimas, para poner el foco en el gobierno autonómico, que en este caso no tiene ni competencias ni medios.

Miente Sánchez cuando dice que es la comunidad autónoma la que debe solicitar la ayuda. ¿De verdad? ¿Con doscientos fallecidos y daños materiales, aún sin cuantificar, pero exorbitados con toda seguridad, le tienen que pedir ayuda? ¿Por dañar a un gobierno de otro color político? Me aterroriza pensar que el presidente de mi gobierno es capaz de eso. Balbucea Margarita Robles, ministra de Defensa, avalando las decisiones de su jefe con fidelidad perruna mientras arrastra su reputación. Miente, como no, Marlaska, ministro del Interior, cuando dice que todos los cuerpos de seguridad del Estado trabajan conjuntamente y bajo un mando único. No se lo cree ni él. Basta con hablar con cualquier agente de la zona, pero ellos no pueden hacerlo porque él los expedienta. Pura democracia. Quiero pensar que en su desempeño anterior como juez de instrucción de la Audiencia Nacional, fue más honesto que como político. Si a todo lo anterior le sumamos que no hay un listado oficial de fallecidos ni de desaparecidos, comprobamos que, aunque parezca que no, aún se pueden hacer las cosas peor. Continuamos para bingo.

La ocurrencia del gobierno, de su presidente, como es obvio, de visitar Paiporta, epicentro de la desgracia, pone la guinda al pastel de este despropósito. Una tormenta perfecta, climatológica, por un lado, y de desvergüenza política por otro, ha descargado sobre los sufridos valencianos con toda su crueldad. Sí, la visita la decide el gobierno, no Zarzuela. Como Sánchez parece vivir en un mundo paralelo, lo mismo pensaba recibir un baño de multitudes y no de barro, vaya usted a saber qué hay en esa cabeza. Seis días después del desastre, doscientos fallecidos, las calles como escenarios postapocalípticos, miles de voluntarios sacando barro a mano, sin rastro de esa ayuda que solo existe en su cabeza, si agua, sin luz, sin medicamentos, diputados en Madrid diciendo que a ellos no les pagan por achicar agua… ¿Qué pensaba que iba a ocurrir?

Se hizo acompañar, eso sí, del Presidente de la Comunidad Valenciana y de los Reyes, imagino que pensando que la mierda repartida sabe mejor. Se equivocó de punta a punta, como siempre que los resultados no dependen de su capacidad de comprar o secuestrar voluntades. Resulta que los ciudadanos valencianos sí estaban indignados con todos ellos, pero como no son tontos, arremetieron con mayor intensidad contra quien saben que podía haber aliviado su dolor con mucha mayor premura, si no se hubiese dejado llevar por su moral de garrafón, anteponiendo su deseo de dejar en evidencia al presidente valenciano a costa de prolongar el sufrimiento en el tiempo de quienes lo habían perdido todo, en algunos casos, hasta la vida. No voy a justificar la violencia, pero sí me la explico. Es fácil. Pongámonos por un momento en la piel de cualquiera de los afectados y de sus familias. Solo eso.

Como era de esperar, cuando la cosa se puso peliaguda, escapó a la carrera de allí. En lugar de quedarse a dar la cara, explicaciones y a escuchar, se envolvió en su escolta y desapareció. Los Reyes se quedaron. Asumieron el riesgo e hicieron su trabajo. Hablaron con la gente, la escucharon y, en alguna ocasión, se disculparon. Carlos Mazón, Presidente del Gobierno de la Comunidad Valenciana, también se quedó. En segundo plano, adonde debe ir a parar su carrera política, por cobarde. Tampoco se han hecho esperar, como era de imaginar, por parte de algunos de los medios de comunicación que actúan como voceros del gobierno, la sempiterna referencia a la extrema derecha como organizadora de las protestas. Ya huele el argumento. No es extrema derecha, es extrema indignación y extremo cansancio de una clase política nauseabunda. Lo de ayer lo debió organizar el mismo que le ponía neoliberalismo a Errejón en el Cola Cao y lo convirtió en presunto agresor sexual. Lo dicho, ya huele. Y muy mal, por cierto. Mucha DANA y poca vergüenza.

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