
La última función
La última función es la última novela de Luis Landero, un novelista con menor repercusión mediática de la que, en mi opinión, merece. Tras la publicación en 1989 de Juegos de la edad tardía, obras como Caballeros de fortuna y Hoy, júpiter, entre otras, le sucedieron con mayor éxito de crítica que de ventas. En casi toda su obra puede observarse cómo la influencia del realismo mágico latinoamericano salpica sus páginas, de manera sutil la mayoría de las veces, pero dejando una impronta indeleble en las mismas. En La última función, publicada por Tusquets el 31 de enero de 2024, esta característica se mantiene sin complejos perfectamente entreverada en una historia que, sin la calculada dosis de ese recurso entre lo terrenal y lo místico, dejaría la novela en un cuento sin más. Sus doscientas veinticuatro páginas son más que suficientes para poner en las manos del lector un delicioso cóctel de emociones, anhelos, fracasos incompletos y triunfos a medias. Escrita a modo de crónica de un pueblo, el título da sentido a cuanto acontece en la novela
La última función como concepto
La última función puede significar muchas más cosas que el tenor literal del sintagma. El regreso a su pueblo de un ídolo pone en marcha el principio del fin. Un pueblo que recibe a quien quiere recibir, esto es, al gran artista que muchos años atrás creyeron que sería y no fue, las expectativas de reflotar una población tan degradada como las que la rodean, la recuperación de una antigua tradición teatral y el misterioso personaje encarnado en la figura de una mujer desorientada que, por mor del azar, aparece una noche en el pueblo, componen los pilares de novela. Unos pilares construidos a base de unos personajes bien definidos, tanto los principales como los secundarios. Desde el primer momento, el lector tiene claro quién, o mejor dicho, qué es cada quién. Tito Gil como el héroe que regresa, Paula y la confusión que la terminará convirtiendo en Claudia, Fonseca como una especie de cinta de Moebius (objeto de un solo lado o cara), y otros personajes menores, son dibujados por el autor con una precisión matemática para, entre todos, presentarnos la ecuación que define con exactitud qué es una última función.
¿Qué es lo que queda tras la última función?
Eso es lo que el lector, al menos yo, se pregunta casi desde el principio. El denominador común es ese, el final, pero un final que no tiene carácter absoluto para todos, un final que viene determinado por el punto de partida de cada uno (incluido el pueblo como espacio físico). Creo que al final, cada uno, cada personaje, e incluso cada concepto de los que en la novela se «juegan» su final, obtienen, no sé si el final que merecen, pero sí el lógico, una vez tomadas en cuenta todas las variables que influyen en el mismo. El fracaso, la derrota y la necesidad de perseguir los sueños de los personajes, son el combustible que los lleva hasta el final de una novela redonda. Un final que invito al lector a visitar en primera persona para que, así, pueda juzgar ese final particular de cada uno tras el punto final del autor.
Conclusión tras La última función
Si has llegado hasta aquí, comprenderás que mi valoración de la obra es positiva. El lenguaje utilizado por el autor, accesible, pero preciso, la perfecta construcción de los personajes, la elaboración de una trama bien hilada desde dos planos, uno terrenal y otro que emana casi desde la magia y hace dudar al lector, sobre todo al principio, si lo que está leyendo es tal cual así o, por el contario, pertenece al mundo de lo onírico, de lo deseado o de lo imaginado, hacen de La última función una lectura necesaria dentro del panorama de la literatura en español. Merece la pena la inversión de tiempo y de dinero.
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