

Miras las noticias en el móvil por rutina, con desgana, casi con hastío, pero lo sigues haciendo. Ese es, al menos, mi caso. Rutina pura y dura de la que siempre sabes qué esperar: nada. Sin embargo, de vez en cuando, la vida te da sorpresas, como cantaba Rubén Blades allá por 1978. La tarde del 24 de octubre de 2024 fui testigo de una de ellas, dividida en mi mente en tres actos. La repentina dimisión de un político español es una sorpresa, y de nivel considerable. Como primer acto, no está mal. Si ese político es Íñigo Errejón, no me atreveré a llamarle el niño guapo de la política española, pero sí el niño bueno, el segundo acto no le anda a la zaga en méritos al primero. Y si la causa de la dimisión son acusaciones de abusos sexuales, agresiones, vejaciones y demás comportamientos machistas, resulta un tercer acto demoledor, como la escena final de una ópera. Íñigo Errejón es, era en estos momentos, el portavoz de Sumar, amalgama de organizaciones políticas de compleja comprensión ideológica dirigida, acaudillada más bien, por Yolanda Díaz.
Érase una vez que se era, es el título de esta entrada, porque así es como empezaban los cuentos antiguos, aquellos de castillos encantados, bellas princesas y príncipes azules que, a lomos de su blanco caballo, lograban rescatarla en el último instante. Desde su constitución como tal, Sumar le ha estado contando un cuento a la sociedad española como aquellos que comenzaban con la celebérrima frase. Esta formación ha llevado a cabo una incansable tarea de proselitismo feminista desde la falsa premisa de que el machismo no es una lacra de género, sino ideológica. Una lacra de la que solo una ideología está exenta, esto es, la suya, la izquierda extrema, con el consentimiento y aquiescencia interesados de la otra izquierda, la tradicional, o ex tradicional, encarnada en el PSOE. Huelga decir que antes de su existencia, sus miembros, alistados en otras formaciones, sobre todo en Podemos, venían realizando la misma labor de desinformación e intoxicación desde diez años atrás. Han repartido carnés de buenas y malas personas, de buenos y malos hombres y mujeres, con base en la filiación ideológica de cada uno. Por supuesto, uno de los pilares básicos del Estado de derecho, como es la presunción de inocencia, nunca ha figurado en sus manuales. Imagino que más de uno, en estos días extraños, lo estará echando de menos.
Una denuncia formal ante la Policía Nacional y varias anónimas en redes sociales, han bastado para echar abajo un edificio ideológico tan endeble como artificioso. Desde la citada dimisión de Íñigo Errejón, nada se ha sabido de la dirección de este grupo político. Nada, al menos, con un mínimo calado de autocrítica, sinceridad o verdadero propósito de enmienda. Mucho gesto compungido, palabras melifluas en algunos casos, hueras en otros, balones fuera en todos los casos y un atronador (permítaseme el oxímoron) silencio, el de Yolanda Díaz. ¿De verdad nadie sabía nada en la dirección política de algo que, a medida que pasan las horas, parecía ser de dominio público? ¿No sabía nada Yolanda Díaz de que Loreto Arenillas, diputada por sumar en la asamblea de la Comunidad Autónoma de Madrid, había mediado en el pasado para ocultar un incidente machista de Íñigo Errejón cuando era su jefa de gabinete? Loreto Arenillas ha sido fulminantemente cesada de todos sus cargos orgánicos en el partido. Llevo demasiados años en la administración como para no distinguir un cortafuegos a kilómetros. Lo único que puede salvar de la quema a Yolanda Díaz, es que resulta imprescindible para que Pedro Sánchez continúe agonizando en la Moncloa.
Como es lógico, no puedo dejar de referirme al comunicado en el que Íñigo Errejón materializa su dimisión. Dejo el enlace para quien lo quiera leer. Si no conoces la causa de su dimisión, genera hasta compasión. ¡Pobre hombre! Destruido en su afán de luchar por un mundo mejor y más justo, pero obligado a llevar una vida neoliberal. Victimización modo Dios. Solo le ha faltado decir que tantos años rodeado de fachas y de mujeres le han convertido en un agresor sexual. Claro que eso habría sido reconocerlo y tonto no es. Tras victimizarse y justificar su transformación en vaya usted a saber qué, utilizando expresiones tan barrocas cuando te estás dirigiendo al público (pueblo le gusta más) en general, como subjetividad tóxica, formas de comportarse que se emancipan de los cuidados de los demás y boutades similares, se despide con un modestísimo deseo de contribuir a reparar los errores cometidos. Patético.
No quiero terminar esta entrada sin dejar clara una cosa. El machismo existe, es transversal a la sociedad, afecta a todas sus capas sociales, económicas, laborales y de cualquier otro cariz. Mujeres y hombres tenemos la obligación de combatirlo en aras de lograr una sociedad cada vez más justa, más libre y más igual. Desde cada hogar, desde la escuela, el instituto, la universidad, la empresa o la administración debemos de trabajar para ello. Huir de los extremismos, del populismo y del fundamentalismo, es imprescindible. Las ideologías incendiarias, las que pretenden acabar con todo lo que no les es afín y someter a la sociedad a su modelo único de virtud, pertenecen al pasado, a un pasado aciago, y allí deben seguir.